Examinar la bondad o maldad de los actos centrándose en las intenciones que tenemos puede parecer fácil a la hora de evaluar el grado en el que somos moralmente buenos o no. A fin de cuentas, solo tenemos que preguntarnos si con nuestras acciones buscábamos perjudicar a alguien o más bien beneficiar a alguien.
Desde la perspectiva del utilitarismo, sin embargo, ver si nos ceñimos al bien o al mal no es tan fácil, porque se pierde la referencia clara que son nuestras intenciones, un ámbito en el que cada uno de nosotros somos nuestros únicos jueces. Pasamos a tener la necesidad de desarrollar un modo de "medir" la felicidad que generan nuestras acciones. Esta empresa fue emprendida en su forma más literal uno de los padres del utilitarismo, el filósofo inglés Jeremy Bentham, que creía que la utilidad puede ser evaluada cuantitativamente tal y como se hace con cualquier elemento que puede ser identificado en el tiempo y el espacio.
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