Epicuro defendía la visión de una vida de continuo placer como clave para la felicidad. Su gran perspicacia para satisfacer este fin consistía en identificar el límite de nuestra habilidad para experimentar el placer en cualquier momento. Estipuló que a partir de un determinado nivel máximo no es posible que el placer tenga un incremento de intensidad, aunque es probable que las sensaciones que sostienen este dichoso pináculo del placer varíen continuamente. Él denominó a esta experiencia punta como ataraxia—palabra griega que significa "imperturbabilidad".
Para Epicuro la presencia del placer es sinónimo de ausencia de dolor, o de cualquier tipo de aflicción: el hambre, la tensión sexual, el aburrimiento, etc. El proceso de eliminar estos problemas ciertamente conlleva placeres sensuales, Epicuro una vez escribió: "Yo no sé cómo puedo concebir lo bueno, si elimino los placeres del gusto, y elimino los placeres del amor, y elimino los placeres del oído, y elimino las emociones placenteras causadas por la visión de una hermosa forma". Sin embargo, por más estimulante que sea este proceso, se trata sólo de un medio para perseguir un fin: la satisfacción. Considerar esta persecución como un fin en sí mismo, por contraste, inevitablemente nos conduciría a las ansiedades de la adicción.
En el antiguo mundo del Mediterráneo, la filosofía epicúrea ganó un sinnúmero de adherentes. Fue una destacada escuela filosófica por un lapso de siete siglos después de la muerte de Epicuro, pero, después mermó en popularidad cuando se persiguió en la Edad Media. Fue durante ese período de la historia que desaparecieron muchos de los escritos de Epicuro y se persiguió su doctrina; tergiversándose hasta tener de las mismas diversas concepciones hasta las atacadas por la fe cristiana.
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